Al acercarse a Belén, pensaron que su mula tenía que hacer sus necesidades. Tan equivocado estaba el novio que su novia gritó de dolor mientras limpiaba su mula y atendía a su esposa a la vez. Se quejó del rompimiento de una fuente—de la señal inequívoca que habría de dar a luz. El novio la aguantó por los brazos, deteniendo a la mula, pidiendo que respirara con calma y pausa, de adentro hacia afuera, pensando en el lugar donde sería más felíz. Pero los ojos de la novia vieron un celaje de cruces. Pero los ojos del novio vieron un hombre cargando una cruz pesada, de tez oliva y figura robusta: azotado, humillado, y agotado. No pudieron hacer más que sacudir su cabeza y volver a la realidad. Rogaron a Dios por algo más rápido, pero no encontraron nada.
Los jóvenes tórtolos rogaron a los patronos de las posadas pra que suplieran algún cuarto donde el niño pudiera nacer. Pero todos los mesones estaban lelnos por la gente importante, los hijos ausentes, que debían ser apadrinados al censo. ¿Por qué, de todos los censos en el mundo, tenía que nacer un niño para ensangrentar sus paredes? Tocaron la puerta en el primer mesón, pero bruscamente ceró la puerta y siguió atendiendo a los dignatarios que llegaron de los más remotos rincones del Impero para velar el censo en aquella Judea inquieta y tensa. Tocaron la puerta en el segudno mesón, y los recibió un primo del novio. Pero todos los cuartos, inclusive el suyo, estaba lleno, con apenas cabida para nadie. La novia trató de aguantar tanto dolor; era una mujer fuerte. Le secaban sus lágrimas, pero no podía más.
Una mano varonil tocó su vientre, pero la exasperó. Aún tenía ciertos interrogantes. Mas recordó las palabras de su padre y su abuelo, la búsqueda incesante por un Mesías que lo sacara del yugo foráneo. Recordó el momento cuando se soltó la lengua de Zacarías. rocordó las dudas, las pruebas, las interrogantes que se hizo a él mismo. Estaba dispuesto; sí, estaba dispueso. Llegó el momento. Ya era el momento.