Acostaron a la novia en una cama de heno. Era un pesebre oscuro y cubierto d emugre. No podían hacer más que pujar con su esposo y el ganado como apoy. Era una noche inusual, misteriosa. La novia gemía, como si expulgara el deseo de toda la tierra. La creación misma —las aves, los peces, los reptiles, las bestias del campo y la mar, y los hombres— miraron las estrellas. Había una estrella circulando en la más oscura noche, la más digna de admiración. Su brillo era divino. Rendía como la más bella de las estrellas, y la más pura de los cuerpos celestes. En las nubes, los ángeles empezaron a descender en l Tierra. El tiempo había lelgado.
Esa misma estrella circuló por todos los rincones del mundo. Nungún lugar se inhibió de reicbir a la estrella desde Belén. Por más que el enemigo trató de nublar la noche, hacer llover, o perfumar edores de malicia por las calles ,ya era muy tarde. Cada puje era una mantilla, una herida, una lágrima de angustia que brotaron por los ojos de la novia y la mano reprimida de sus esposo: lágrimas que brotaron en el ojal angosto de sus padres. De Adán de Eva. De Abraham. D e Lot. De Jacob. De Moisés. De un pueblo divisible, fluctuante, y humillado. De David y Salomón y los reyes y profetas. Del pueblo indignado de Dios.
Cada llanto fortuito reveló a un Dios de humanidad. El buey y la vaca observaron con cuidado . Los pequeños patitos que dormían se levantaron de repente. La gacela etíope viró al norte. El oso realengo se detuvo en el sur. La Tierra estaba serena por primera vez en su historia. Había una batalla en los aires. El novio pidió a su novia a que pujase un poquito más. El dolor cubrió el corazón de la novia como una anestesia inversa. La sangre subía y bajaba de su joven cerebro. El novio no sentía el pulso de su esposa—no podía hacer más que rogar a Dios para que nada sucediera. Se agotaba el tiempo y la paciencia de los hombres. Algo tendría que pasar, ¿pero cuando?
Unos astrónomos seguían la estrella. Otros ángeles descendieron y proclamaron a los pastores que el Salvador había nacido. Envuelto en pañales, acostado en heno, y envuelto en las manos de su madre, meditó en todas las Gloria a Dios en las alturas mientras su esposo saldaba y besaba la frente del niño.
Creció en gracia y poder de Dios. Y su percepción en la gente era como una espada que traspasaba sus almas. ¿Quién diria que este niño calmó las aguas y caminaría sobre ella, perdonaría a una prostituta a minutos a ser apedreada por fariseos celosos, entrenaría a doce hombres, la escoria de Galilea, para seguir Sus mandamientos, y enfrentó a una sociedad conservadora e hipócrita que lo llevó a la cruz? Buscó lo que había perdido. Muchos decían que era und emonio comparado con Beezelbú. Otros pensaron en él como profeta, como Elías o Eliseo. Mas otros lo veneraban como un maestro iluminado, un guía hacia el alumbramiento.
Pero su padre se llamó José. Su madre se nombró María. Y su nombre hacía ecos de luz... JESÚS.