los yertos y cansados, los que cedió a la patiña del cobre.
Aquí se rompen las quijadas y cruzan las piernas.
Aquí nacen a los extraños en un niño de once varas.
Aquí guardo mis errores, escondidos al resto del mundo,
atribulados en cinceles viejos para el resto del mundo.
Yace el pterodáctilo con la sábila.
Yace el huerto con la arena.
Yace el nido entre un sebo de cizaña.
Yace el coctel de pastillas de media mañana.
Yace la lúcida águila entrerrecortada en su alba.
Yace el dominio de las fuerzas motoras.
Yace el oscuro del silencio en plata y eneldos de cobre.
Yace el brote de decepción que supura el alba.
Yace el brote de imperfección que llega hacia el alma.
En este corazón se alivian los místicos enterrados:
los que destierran de los pueblos por mirar las bolas de cristal,
los que recitan poemas de forma paralela y no transversal,
los que hieden su hiel a la arena y no al mar,
los buscan sin saber qué quieren buscar.
Bienvenidos sean todos a éste corazón, mi humilde hogar--
pero abran paso y hagan fila, que por ahí viene Dios.