de estilo turbio, fino y alegre minar,
una viña de sus padres acabó de heredar.
Nunca fue hombre de astudo e inecesario argot,
ni tampoco su porción era de simple vender--
es más, su atractivo era humilde petición,
y vender contra él significaría perder.
Sion besa las nubes del vino de Dios
y Nabot su guerrero, responde a la nación
con uva y alimento que deleita el paladar.
Pero su viña, amenazada por la envidia
del inescrupuloso rey magno de Israel, Acab,
quien quiso hortalizas en tierra de viña y mar
por tan cerca al palacio las uvas saborear.
—Estimado joven— condescendiente y vulgar,
—presto estoy a entregare otra viña mejor o igual
pues, hortalizas quiero en tu viñedo plantar--
y como rey, mi petición no has de negar.
—¡Vive Jehová!— contestó Nabot con pleitesía,
—estas huertas jamás serán tuyas; son mías.
Tu lugar no será sacar a mi familia
ni a mis uvas, que a Dios su esencia cultiva.
—Si no estás satisfecho, tu viña puedo comprar,
y tus uvas en otros lares del reino plantar;
impuestos ni tributos deberás pagar,
y tu famiia en prosperidad vivirá.
—¿Y tanta afrenta merece tu glotonería,
mi señor rey? ¿No es saquear con alevosía
por menso placer? Escoge otras tierras: las vías
son tuyas para parear el gusto de la vida.
—¿Niegas a tu rey, que tu cabeza cortar
pueda, y servir a los cuervos de la deidad?
¡Sé que concubinas tu atención llamará,
o caminar con la nobleza de la ciudad!
—Tengo mujer, e hijas; no falto concubina,
ni someto mis ojos al placer que improvisa.
Señor rey, estas tierras son de Dios, y esquinas
comparto con viudas y huérfanos de a prisa.
El pagano que intente con heridas
el futuro augusto que guardo a mi familia,
merecerá morir por hierro y espinilla.
No venderé mi tierra, ni mi provincia
por satisfacer el capricho vulgar de arriba
que vencer sus meidos en desiertos, vigilan
la muerte del pobre que en riqueza avecina.
¡Líbreme Dios de vender la sal de mi vida!
¡Fuera de mi tierra! ¡Sal de mi provincia!