¡Queremos los detalles! ¿Cómo, cúando y dónde?
—¿Vale un testimonio más que mil palabrerías?
¿son quejas amargas como vela derretida?
¡Déjame bañarme en el río de la inocencia herida!
Quisiera traer palabras de aliento, o de vida;
quisiera ser buen padre para mis hijas.
Conocen mi caracter, mi presencia altiva
coo el viento de la tierra que alimenta el día.
Seré hombre elegante, mas no elocuente en divisa;
seré el hombre que esconde el tazón de la mentira.
Mis padres me enseñaron como el vino se bebía:
escupiendo la tinta en el borde de la esquina,
sintiendo el fremento entre el ojo y la pupila
y el paladar hirviendo de sabores, nutrida
naturaleza para probar cuanto servía
tal vino para los hombres que lo consumían.
Hoy, mi boca duerme como ungüento en la noche que vibra.
Prueben mi testimonio como oro— brilla
en todo momento, y no cuando limpia,
fija y da esplendor de sus tantas maravillas.
Arranca, pueblo mío, el vacío que los intriga.
El devorador de los aires menea su risa
a sus oídos sopla palabras de agonía
y obedecen su orácula, senda a mis ansías.
Perfúmenme con piedras, si tanto apacentaría
las cuotas de sangre que Jezabel pondría
para sacar de Dios el impuesto a los levitas.
¡Marionetas silvestres! ¡Ignorantes! ¡Mentira!
El atónito pueblo, en arras mirando,
no encuentra cómo pecados justificando
las intenciones nefastas del rey mimado.
Rey quieren, y Dios conede a regañadientes
el rechazo magno que Su pueblo establece,
el martirio infinito de manos polvorientas.
Encadenaron a Nabot— boca, ojo, y cabeza,
afuera de los pórticos de la ciudadela.
Los calumniadores tieraron las piedras
y el cielo recibió a Nabot como héroe.
Una piedra, su padre; una piedra, su hermano--
tan frugal e irresistible el muerto y sus encantos.
Ha muerto el infiel— contestó su semblante
a Jezabel morosa, de sonrisa talante.
Rayando el alba, caminó el terrible profeta
leche de cabras bebiendo. Langostas come
otorgadas por la lluvia tardía y temprana.
Abarrota sus profecías en una libreta:
palabras capicuas, un ritmo que carcome
como viān que sacue el caos de la mañana.
Acab corre en la viña cargando una carreta,
el vino haciéndose sangre por los zanjones,
el profeta caminando con dos mejoranas.
Jezabel lame sus labios, preparando saeto,
el viendo volando su pelo en estirones.
El profeta canta en voz sutil y meridiana.
—¿Qué haces aquí, enemigo mío?— preguntó Acab.
¿Con qué profecías me vienes a molestar?
—Mensaje traigo del Dios altísimo,
de palabras amargas está repleta mi boca.
Escuchadlas bien, y cumplidlas fijo,
o maldición sufrirás cuando te toca.