“Mirá, vieja: ¿vos sos peronista?”, le gritaba un maldito ajuma'o que se cortó con una botella de cristal mientras la tiraba hacia el piso. “Mamita, ¿querés fumarte algo, ca--?”, le gritó su bufón compañero en viaje cuando, de pronto, su boca fue regurgitada con el chorro nivel-uno de una manguera que, por alguna razón, la mantenía escondida en una marquesina —y todo su alcohol y hierbas especiales se fueron al infierno, y no tuvieron otra oportunidad que huir y encontrase con Linda Sara al final de la calle. “Definitivamente”, declaraba ella en tono de exasperación, “yo no me mudé aquí por la seguridad.” Cuando miró su reloj, ya eran las nueve y cuarenta y ocho: ya pasó su hora de dormir.
Sintió unos clavos punzantes en el corazón. Apenas cumplió setenta, ¿y ya su cuerpo sentía morir? ¿Era la angina...? ¡No! ¿Era un ataque cardiaco...? ¡No! Se deslizó en la pared, su cabeza chocando con el recuadro de Linda Sara cuando estaba en la Liga Atlética de Alfaguara. No se ropió, pero sí sintió el ¡crack! del recuadro. La pared fue su balance, fue su deslice. Y ella gritaba sin piedad.“¡Aargh...! ¡Puta vida! ¿Porqué sos me tratas así...?”, seguía peleando con su repentino dolor. “¡Dejáme! Si no querés que te agarre por las pi...jas...”
Mas aún Rufina se encontraba tirada en el suelo, sin nada que apoyarse de las lisas paredes. El recuadro que cedió al cabezazo se encontraba cerca; quizás ella podía apoyarse del frame en la pared. Sin embargo, no fue una idea muy inteligente: tan solo de apoyar su puño del recuadro, ella sintió el ¡crak! del peso y levemente cortó la muñeca. “¡Puta muñeca!”, maldecía. Tenía que haber un clavo, algo, algo donde la pudiera ayudar a levantarse. Tenía que haber una persona tan aburrida como ella (o así se veía) para que escuchara sus gemidos y lamentos de vejez...pero no; parece que los días de Noé llegaron otra vez.