“Aargh...No podré con esta...” Pujó para abrir la ventana de aluminio y miró como la casa de don Paquito estaba llena de gente. Gente vibrante, gustosa y elegante, de todos los colores y todos los sabores. Justo como la doña lo hubiera pedido. Y ella miró su casa: oscura y vacía, llena de pasteles y metálicos que no complementan la luz del sol. Para ella, los vecinos eran Montoneros o patronos del laundry que exigían personalmente plancharan un ajuar costoso de ahora pa'ahora. Suspiró. “Qué te pasa Rufi...¿Por qué vivís así, encerrá en un infierno?”
Algo en su pobre corazón de vieja comenzó a temblar. Querían salir dos brazos y piernas disparados del pecho, pero le resultaría imposible con todo ese ajuar de venas tapadas. Le salieron lágrimas. Volvió a comenzar un calambre en el pecho. Rufina comenzó a caminar agitada hacia el balcón. En la otra casa, “¿Y Doña Rufi?”, preguntaron todos en unísono, extrañados por el previo jacto exhibido por don Paquito al convidarla a su fiesta. No tenía otra opción, tenía que actuar rápido si no quería que su sorpresa quedara hueca y avergonzada: tenía que sacar a Rufina de su casa. De momento, alguien gritó: “¡Vengan, todos! ¡Vamos pa' fuera, que ya van a ser las doce!”
Afuera estaban esperando los músicos y bailarines de todo Porvenir. Vestido en trajes festivos y carnavalescos, estaban ansiosamente esperando para que llegara el momento del nuevo año. Se sintió el agite del momento...el aire tenso y desequilibrado. Todos sabían que algo tenía que ocurrir. Pero el tiempo pretendía hacerse lento: once y cincuenticiete, once y cincuentiocho, once y cincuentinueve...