“¡Nueve...!” Con lo poco de fuerza sobrehumana que un anciano puede tener, y temporeramente abandonando su rol como mariscal del rumbón de Año Nuevo, don Paquito corrió medio curso de la avenida para encontrase con su amada, Rufina. “¡Rufi...! ¡Rufi...! ¡Pol' favo'l, ven, mamita, ven, que te e'hpero!”
“¡Siete...!” Don Mariano, el hijo mayor de Don Paquito, arreó a los niños a su casa, teniendo en cuenta las atrocidades que han pasado con las balas perdidas, cuyo conteo escalaba exponencialmente en los últimos años. Cuando dieron cuenta del último niño, su esposa se fue con ellos, y persignó la puerta.
“¡Cinco...!” Se escuhaban la quinta campanada de la iglesia. El padre Donda seguía gimiendo a la Stella Maris a que protegiera Alfaguara: que protegiera las costas, las casas, las familias que vivían en la casa de las costas; los pescadores, la gendarmería y las demás cosas que en cinco segundos no dejarían a la mente hambrienta reaccionar.
“¡Tres...!” En el colmado de don Paquito, su hijo Florencio se encontraba cerrando la tienda por lo que resta de año. Pero un borracho, que lo conoce todo el pueblo, pegó un revolver a la cabeza de Florencio. “(hiccup!) No te muevas, de ahí...¡Ca...! (hiccup!) Esto es un... (hiccup!) asalto!” Florencio lo sentía en sus sesos: ¡una puercá' así tenía que pasar solo en Año Nuevo! Mas la adrelanina no lo dejó terminar la oración, pues ya se encontraba amarrado en una trifulca contra el borracho, y el revolver. Don Mariano giró su cabeza en medio segundo, y escuchó la conmoción y el cuchicheo. Y corrió el a ayudarlo.
“¡Uno...!” Rufina lo logra. ¡Rufina por fín lo logra! Ya no se siente desesperada y asustada, escondida y olvidada. Un espíritu de esperanza entró dentro de ella, un respiro de aire fresco. Llegó el momento. Ya no estaba dormida: algo en ella despertó vorazmente. Y cuando tocó su pulgar descalso en la gravilla de su casa...
Y Rufina los vio. Y ella los saludó, con la mano levantada hasta donde más alto su cuerpo la podía dejar. Por primera vez en setenta años, ella tenía una genuina razón por la cual sonreír a los demás. Sin razón de escapar, sin razón de llorar, su exitación por ver a la gente caminando hacia donde ella. Nunca había visto un despliegue tan sublime de colores, sabores y emociones desde que se fue de la Argentina. “Esto es... Esto es...” Los miraba acercándose, y su pobre corazón no podía contener la aceleración de su cuerpo. De pronto, sintió ganas de bailar, moverse, gritar. Eso se llamaba ritmo—y era lo único que le faltaba para sazonarle la vida. Ella tenía su plan: haría una fiesta de Reyes (aunque nunca se acostumbró a celebrarlo); don Paquito le daría la mano solo para ayudarla en todo lo que necesitara. Sería fiel en ir a misa, y cuchichearía sobre los orgasmos del Cosmopolitan con las intocables de la iglesia. Y caminaría un poco más —y dejando las Tylenol por un lado— para mejorar su artrits.
“Eh, gracias Normando. Como pueden ver, la primera víctima de las infames 'balas perdidas' en el país ocurrió aquí, en el barrio Porvenir del municipio de Alfaguara. La septagenaria Rufina Keating Polozzo se encontraba afuera de su hogar esperando la parada de Año Nuevo cuando una bala de calibre .35 logró traspasar el corazón de la señora, desplomándola al piso y muriendo de camino al hospital. Eh, aún la policía investiga los hechos que ocurrieron, e intentan contactar a los familiares, que, de quedar alguno, se encuentran en la Argentina. Escuchemos las declaraciones del líder comunitario, Francisco 'Paco” Taveras...”